2/6/16

Las crónicas de alquitrán I

Entiendo que pueda caerte mal. No soy gracioso y tengo algo de chepa. No me gusta hablar y mi voz es desagradable. De pequeño no tenía muchos amigos. Recuerdo que una tarde salí a pasear porque no sabía qué hacer. No había Internet, no había nada. Estuve caminando por las sórdidas calles de mi barrio-cementerio, mirando las grietas de las paredes, dejando escapar suspiros agónicos. Me aburrí enseguida, pero no quería volver a casa. No me gustaba leer ni dibujar ni jugar al fútbol. Supongo que quería estar con una chica, pero no conocía a ninguna. Tenía once años. Las farolas me iluminaban mientras caía la noche. Todo el mundo había muerto o algo parecido. ¿Qué podría haber más allá de la autopista? Yonkis chutándose, parejas follando en sus coches y todas aquellas leyendas urbanas. 

En mi familia se han dado dos suicidios, uno por la rama paterna y otro por la materna. Quizás eso me otorgue muchas papeletas en la lotería genética pero yo de momento aguanto, aunque, si lo piensas, vivir es como suicidarse, pero muy despacio. Si no estás de acuerdo, al menos reconocerás que sí que es un poco pérdida de tiempo porque vas a morir de todas formas, hagas lo que hagas, salvo si naces en la generación que descubra el secreto de la inmortalidad, estimo que dentro de doce o trece décadas.

Aquella tarde caminé arrastrando mis once años de existencia, aburrido, cansado, perdido, y no encontré nada; nada cambió para mí. Lo único que hice fue moverme sin saber a dónde iba, igual que me ocurre ahora mismo mientras escribo esta mierda insufrible.






No hay comentarios:

Publicar un comentario