31/12/17

El cuento del tatarabuelo

―Abuelo, abuelito querido, cuéntanos un cuento ―dijo uno de aquellos niños horribles.

―¡Sí! ¡Cuento! ¡Cuento! ¡Abuelo! ¡Síííííííí! ―vociferaron los demás.

―¡Dejadme en paz, criaturas infernales! ―grité yo―. Id a jugar con la Play Station Apocalipsis VIII.

―No, no, abuelo, por favor, queremos un cuento.

―Pero, ¿qué coño os pasa a los niños de hoy? Nadie os manda deberes y tenéis a vuestra disposición toneladas de maravillosa tecnología, pero lo único que queréis es hacer el idiota. Yo a vuestra edad no me despegaba de la consola hasta que mi padre me soltaba un galletón.

―Abuelo, la tecnología es una mierda, nosotros queremos cuentos, salir al campo a explorar o convencer a alguna chica para que nos haga una paja en la cabaña de madera.

Todos empezaron a partirse de risa.

―A ver, eso último está bien, eh… ¿cómo te llamabas?

―Abuelo, me llamo Fernando, me lo pusiste tú, por un futbolista. Por Fernando Hierro.

―Ah, sí, ja, ja, ja, Dios, fue por tus orejas, es cierto. Bueno, perdonadme, consumí muchas drogas a vuestra edad y me han acabado pasando factura.

―Nosotros también nos metemos yeyo y heroína, eme, porros, anfetas... hoy en día no pasa nada, los ciborgs te reparan los daños neuronales por cinco pavos.

―Ah, vaya. Entonces, por lo que veo, la tecnología es una mierda salvo cuando nos viene bien; en esos casos, mola mazo, ¿no, cabrones?

―Abuelo, ya no se dice “mola mazo” ni “cabrón”. Ahora decimos que algo “peta entrañas” y en vez de cabrón decimos “ascoputa” o “coprófago”.

―Bueno, ¿y qué pretendes? Sufro un desfase de cuatro siglos. No puedo controlar toda vuestra jerga de niños del futuro.

Así continuamos durante un buen rato. Mis tataranietos pueden ser realmente pesados, aunque no son malos críos; es decir, creo que no han asesinado a nadie, todavía. Pero son muchos, unos veinticinco por cada línea sucesoria. Y cuando se ponen tocapelotas... ¡es que no hay quien se los quite de encima! Al final, llegué a un pacto con ellos. Les contaría un cuento si me traían tabaco y me pasaban el contacto de alguna de esas prostitutas robóticas. Así lo hicimos.

―Bien, esta historia se contaba en mis tiempos y nadie sabe si es verdad o mentira o si es ambas cosas a partes iguales.

―Abuelo ―me interrumpió una cría, creo que se llama Amavisca.

―¿Qué quieres?

―En este cuento… ¿sale folleteo? ―dijo mientras introducía su dedo índice izquierdo en un círculo formado por sus dedos índice y pulgar derechos.

―No, no. En esta ocasión no hay folleteo, pero hay drogas y muerte.

―¡Bieeeeeeeeen! ―gritaron todos.

―¡¡Shhhhh!! Silencio, que voy a empezar: Gustavo estaba en la cocina poniendo un poco de agua en el fuego porque prefería enfrentarse a los problemas con una buena taza de té caliente entre las manos. Y Gustavo tenía que enfrentarse a un gran problema, al problema más descomunal al que nadie se haya visto obligado a hacer frente en toda la historia de la vieja civilización humana. Así pues, cuando el té estuvo listo, Gustavo regresó al salón, se sentó en una silla, dio un cauteloso sorbo a su bebida y clavó la mirada en el extraterrestre.

“Bien, a ver si me aclaro”, dijo el bueno de Gus. “Eres un funcionario galáctico que va por ahí destruyendo planetas”.

“Eso es algo impreciso, humano. A veces los destruyo y a veces los salvo” dijo el extraterrestre con su voz de cacatúa.

“¿Los salvas de ti mismo? Ja, ja, ja. Eso suena un poco como la historia de Dios”, dijo Gustavo.

“No puedo perder más tiempo con esto, humano, dentro de poco empieza mi descanso para comer. Vamos, dime un motivo por el que tu planeta merezca ser salvado” dijo el extraterrestre, y empezó a emitir una extraña risa que en realidad no era risa, sino insultos muy duros contra Gustavo en el idioma de su planeta de origen.

Gustavo se quedó pensando unos instantes mientras encendía un cigarrillo y miraba por la ventana. Afuera se veía un cielo turbio lleno de nubes que parecían cuajarones de mugre en el fondo de un fregadero. Esta visión lo deprimió un poco, pero no se dejó arrastrar por sentimientos pesimistas, así que dio una buena calada, expulsó el humo con fuerza y dijo:

“¿Qué tal el amor? Es un… sentimiento muy… bonito que tenemos por aquí. Oh, el amor, l´amour, el amor entre un hombre y una mujer, un proyecto de vida juntos, hacer la cucharita, todas esas… cosas”.

“Eso son gilipolleces, amigo. En este planeta hay más gente sufriendo por amor que siendo feliz por amor”, le respondió orgulloso el extraterrestre.

“Vaya, puede que estés en lo cierto... Ah, ya sé, ya sé. ¿Qué me dices de la literatura? Los libros terrícolas son realmente buenos, ¿no crees?”. Gustavo se levantó y cogió un par de libros de su estantería. Se los pasó al extraterrestre y este los leyó en medio segundo sin siquiera pasar las páginas, pues podía hacerlo de ese modo.

“Esto es puta miseria artística. Ulises, Crimen y castigo… mi hijo menor, que se llama Docemilunocomasiete III, y que nació hace cinco días, ya ha escrito obras de mejor calidad.

Gustavo empezaba a desesperarse. “Este tipo es un ascoputa y un coprófago”, pensó. Apresuradamente, se acercó a la minicadena, pulsó play y dijo: “Escucha esto” y en los altavoces empezó a sonar el Nocturno Opus 9 número 2 en mi bemol mayor de Fryderyk Chopin. El extraterrestre se lanzó al suelo, tapando con varios de sus brazos un montón de agujeros que tenía por la espalda y que formaban parte de su sistema auditivo.

“¡¡¡Detén esa mierda, condenado!!! ¿Acaso crees que matándome salvarás tu planeta? Los jefes mandarían a otro funcionario”.

Gustavo apagó la minicadena.

“¿No te gusta?” preguntó.

“Joder, ¡no! Se parece al estilo que escuchan los genocidas en mi país cuando salen a perpetrar masacres. Mira, este es el peor mundo que he conocido. No solo merecéis morir, sino que lo justo sería causaros el mayor sufrimiento posible. Sin embargo, como tú me has caído bien, lo vamos a dejar solo en la aniquilación. No sentiréis ningún dolor. Bueno, casi” dijo el extraterrestre.

“¡Espera, por favor, espera!”, rogó desesperado el pobre Gus. “Dame la última oportunidad. Ahora mismo vuelvo”.

Gustavo se ausentó un momento. Cuando regresó, llevaba un minúsculo pedacito de cartón entre los dedos. Se lo tendió al extraterrestre y dijo: “Prueba esto, my friend”.

Como ya habréis podido imaginar, aquello no era otra cosa que un tripi que le había sobrado en la última cena de empresa. Y es que, los mejores recuerdos que Gustavo conservaba en la memoria se encontraban relacionados con las drogas. Ellas nunca le hacían daño, lo cual no se podía decir de las mujeres, y tampoco le fallaban cuando las necesitaba, lo cual no podía decirse de sus amigos y familiares. Además, nunca llegaban a aburrirle o causarle envidia, como sí le solía suceder a veces con la literatura y la música.

El extraterrestre observó unos segundos aquel trocito de cartón ilustrado con la cara de Angelina Jolie y, como pensaba que los humanos eran estúpidos e inofensivos, decidió llevárselo a la boca, la cual era una especie de cloaca pringosa que tenía entre los ojos del lado izquierdo, y no lo que parecía ser su verdadera boca, que no era más que un órgano vestigial, un residuo de la evolución que no servía para nada, como nuestro apéndice. En su prepotencia condescendiente, creyó que aquello se trataba de algún tipo de postre vanguardista y se cabreó mucho al notar la baja intensidad del sabor de la celulosa y la dietilamida de ácido lisérgico.

“Joder, esto es lo más insípido que he probado en mi vida. Si esta es vuestra gastronomía, santo cielo, te aseguro que tampoco os va a salvar, pequeño amigo. Ahora mismo me marcho a preparar la bomba de hi… la hidrobomba de genicio… la bombona de genidria… la alegría… los colorines de la existencia modular… toda expresión lingüística es arte porque toda intuición expresiva es intuición estética…”.

El extraterrestre se levantó y empezó a dar saltos, a hacer la croqueta en el suelo y a lamer el pijama de Gustavo mientras continuaba articulando discursos casi incoherentes por completo. En un momento dado gritó: “¡PUEDO VOLAR!” y se lanzó por la ventana.

Lo cierto es que podría haber volado, o, al menos, haber dado saltos de varios kilómetros (lo cual en la práctica equivale a volar), pues la gravedad de nuestro planeta es miles de veces menor que la del suyo. Pero, como era otoño y hacía frío, la ventana estaba cerrada y, al atravesarla, el extraterrestre se rajó por la mitad y cayó al asfalto, convirtiéndose en un charco viscoso, burbujeante y lleno de astillas luminosas. Gustavo cogió una tablet que el extraterrestre había dejado sobre la mesa y pulsó uno de los dos botones que se veían en la pantalla, los cuales estaban rotulados con unos caracteres indescifrables. Afortunadamente, el botón que eligió era el que daba la orden de no destruir la Tierra.

Las drogas causan muchos problemas a la sociedad, pequeños tataranietos: mafias, enfermedades, accidentes, violencia, estrellas del pop… por eso todo el mundo las odia. Pero lo que no todo el mundo sabe es que hubo un día en el cual, gracias a ellas, nuestro hermoso planeta pudo continuar con su eterno viaje alrededor del Sol.

―Bueno, ya está ―añadí―. Ahora decidme cómo hago para verme con esa puta de metal.

―Abuelo, pero, ya nadie odia las drogas. Además, son todas legales y no causan esos problemas… salvo lo de las estrellas del pop. Tu cuento está un poco obsoleter.

―¿Y qué queréis? Lo escribí en el año cincuenta y ocho para una ONG anti prohibicionista.

―Bueno, abuelo, no pasa nada, nos ha gustado mucho igualmente.

―¡Vale, venga, largaos ya de aquí, dejadme solo!

Y mis descendientes se marcharon a la calle a jugar al escondite mientras yo me quedaba allí, en aquella vieja sala llena de polvo y recuerdos, con una estúpida sonrisa en los labios, reflexionando sobre qué fecha sería la más adecuada para celebrar mi suicidio asistido. 



2/11/17

A las puertas

Es un nuevo tipo de droga que está causando furor y estragos, especialmente entre los sectores más jóvenes de la sociedad. Una sola dosis acaba con tu vida en cuestión de segundos y es por ello que popularmente se conoce a esta sustancia como asesinato.

Hasta aquí todo podría resultar insólito, aunque dentro de los cauces de la normalidad. Lo que convierte al asesinato en algo nunca visto es que, un tiempo después de morir, los consumidores resucitan. No es que pierdan el sentido y luego lo recuperen, no. Mediante tomografía por emisión de fotón único, panangiografía cerebral y ultrasonido transcraneal, se ha verificado la completa inactividad del cerebro en personas que habían ingerido la droga; personas que, más tarde, volvieron a la vida como si nada.

Los que han probado el asesinato aseguran que, al resucitar, se sienten inmersos en un estado de paz y felicidad tan intenso que no podrían compararlo con ninguna otra experiencia. El problema es que con cada nueva toma se van desarrollando ciertos daños cerebrales acumulativos que acaban tornándose desastrosos. Los adictos se transforman paulatinamente en seres desconcertados e incapaces de valerse por sí mismos y cada vez se hace más frecuente verlos vagar en mitad de la calle con los brazos colgando, la mandíbula desencajada y las ropas chorreantes de vómito y diarreas.

Lo peor de todo es que el asesinato resulta muy fácil de elaborar. La receta se hizo viral a través de las redes sociales y todos los ingredientes se pueden conseguir en cualquier supermercado. Así pues, no son pocas las voces que alertan de que probablemente nos encontremos a las puertas del apocalipsis. 


27/10/17

Quince fragmentos brutales de Hollywood (C. Bukowski, 1989)

Los abogados, los médicos y los fontaneros, ellos eran los que ganaban todo el dinero. ¿Los escritores? Los escritores se morían de hambre. Los escritores se suicidaban. Los escritores se volvían locos.

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Escribir era extraño. Necesitaba escribir, era como una enfermedad, una droga, una fuerte compulsión, sin embargo no me gustaba verme a mí mismo como escritor. Tal vez había conocido a demasiados escritores. Empleaban más tiempo hablando mal unos de otros que en hacer su trabajo. Eran inquietos, cotillas, solteronas; se quejaban, apuñalaban por la espalda y estaban llenos de vanidad. 

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Cuando se ha sido pobre durante mucho tiempo se adquiere cierto respeto por el dinero. No se quiere volver a estar nunca más sin nada en absoluto. Eso queda para los santos y los locos.

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―Tenemos que ir a casa y darles de comer a los gatos ―dijo Sarah al final.
Beber podía esperar.
Hollywood podía esperar.
Los gatos no podían esperar.
Yo estaba de acuerdo.

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Seguí a Jon a través de Hollywood, la luz y las sombras de Alfred Hitchcock, Laurel y Hardy, Clark Gable, Gloria Swanson, Mickey Mouse y Humphrey Bogart, nos envolvían.

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Después llegamos al puerto, pasamos junto a los barcos. La mayoría eran veleros y la gente andaba de un lado a otro en cubierta. Llevaban ropa de navegar, gorras, gafas de sol. De alguna forma, casi todos parecían haber escapado a la opresión cotidiana de vivir. Nunca habían sido víctimas de esa opresión y nunca lo serían. Tales eran las recompensas de los Elegidos en la tierra de la libertad. En cierto modo, era gente me parecía tonta. Por supuesto, yo ni siquiera existía para ellos.

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Jon-Luc no paraba de hablar. Hablaba de un modo enrevesado y dándoselas de Genio. Quizá fuera un genio. No quería cabrearme por eso. Pero había tenido que aguantar Genios durante todos mis años de colegio: Shakespeare, Tolstoi, Ibsen, G. B. Shaw, Chejov, todos esos lelos. Y peor aún, Mark Twain, Hawthorne, las hermanas Brontë, Dreiser, Sinclair Lewis, todos te caían encima como un bloque de cemento y uno quería salir y huir, eran como padres tontos de remate, empeñados en seguir reglas y modales que acojonarían a un muerto.

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A menudo, con los humanos, ya sean buenos o malos, mis sentidos se cansan, simplemente desconectan, me doy por vencido. Soy educado. Asiento con la cabeza. Hago como si comprendiera porque no quiero que nadie se sienta herido. Ese es mi punto débil, el que más problemas ha causado. Muchas veces, cuando intento ser amable con los demás, lo que consigo es que mi alma se deshaga en una especie de pasta espiritual. 

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Aquel bar volvió a mí. Recordaba cómo se olía el retrete desde cualquier parte. Se necesitaba una copa nada más entrar para contrarrestar aquello. Y antes de volver a aquel urinario se necesitaban otras 4 o 5. Y la gente de aquel bar, sus caras, sus cuerpos y sus voces volvieron a mí. Estaba allí otra vez. 

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La mayor parte del cine que yo había visto lo había visto siendo un crío, todas unas películas muy horribles. Fred Astaire y Ginger Rogers. Jeannette McDonald y Nelson Eddy. Bob Hope. Tyrone Power. Los Tres Chiflados. Cary Grant. Aquellas películas te trastornaban y te sacudían el seso, dejándote sin esperanzas ni energía. Yo me sentaba en aquellas salas de cine con náuseas en la tripa y en el alma.

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En cuanto a mí, mi mayor sueño en la vida era evitar el mayor número de gente posible. Cuánta menos gente veía, mejor me sentía. 

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De todos modos, todos necesitamos escapar. Las horas son largas y de alguna forma han de ocuparse hasta que llegue la muerte. Y simplemente no hay tanta belleza ni emoción por ahí como para andar yendo de un lado a otro. Las cosas se vuelven pronto monótonas y abrumadoras. Nos despertamos por las mañanas, damos una patada a las sábanas, apoyamos los pies en el suelo y pensamos: Ah, mierda, ¿y ahora qué?

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―¿Cuál es su filosofía de vida?
―Pensar lo menos posible.
―¿Ninguna otra cosa?
―Cuando no se te ocurra ninguna otra cosa que hacer, sé amable.
―Eso es bonito.
―Lo bonito no es necesariamente amable.
―Muy bien, Mr. Chinaski. ¿Qué mensaje les envía a los italianos?
―No gritéis tanto. Y leed a Celine.

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Debía de estar loco. Sin afeitar. La camiseta llena de quemaduras de cigarrillos. Mi único deseo era tener más de una botella en el aparador. Yo no estaba de acuerdo con el mundo y el mundo no estaba de acuerdo conmigo, y había encontrado a otros como yo, la mayoría mujeres, mujeres que la mayor parte de los hombres no querrían en su misma habitación, pero yo las adoraba, me inspiraban, yo hacía teatro, soltaba tacos, me pavoneaba de un lado a otro en ropa interior diciéndoles lo fantástico que era, pero solo yo me lo creía. Ellas simplemente gritaban: «¡Vete a tomar por culo!», «¡Sirve más alcohol!». Aquellas damas del infierno, aquellas damas en el infierno conmigo.

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Aquel azul oscuro oscuro había servido de refugio para muchas resacas, algunas de ellas tan brutales como para matar casi a un hombre, sobre todo en una época en que me metía píldoras que me daba la gente sin preocuparme de saber qué eran. Algunas noches sabía que si me dormía moriría. 



13/10/17

El mejor consejo para escribir ciencia-ficción

"La mayoría de los argumentos de ciencia ficción describen un mundo en el que sapiens idénticos a nosotros gozan de una tecnología superior, como naves espaciales que se desplazan a la velocidad de la luz y cañones láser. Los dilemas éticos y políticos centrales de estos argumentos se toman de nuestro propio mundo, y simplemente recrean nuestras tensiones emocionales y sociales con un telón de fondo futurista. Pero el potencial real de las tecnologías futuras es cambiar al propio Homo sapiens, incluidas nuestras emociones y deseos, y no simplemente nuestros vehículos y armas. ¿Qué es una nave espacial comparada con un cíborg eternamente joven que no se reproduce y no tiene sexualidad, que puede intercambiar pensamientos directamente con otros seres, cuyas capacidades para centrarse y recordar son mil veces superiores a las nuestras y que nunca está enfadado o triste, pero que posee emociones y deseos que no podemos empezar a imaginar? 

La ciencia ficción rara vez describe un futuro de este tipo, porque una descripción precisa es, por definición, incomprensible. Producir un filme acerca de la vida de algún superciborg equivale a producir Hamlet para una audiencia de neandertales. De hecho, los futuros amos del mundo serán probablemente más diferentes de nosotros de lo que nosotros somos de los neandertales. Mientras que nosotros y los neandertales somos al menos humanos, nuestros herederos serán como dioses".

Yuval Noah Harari en Sapiens, de animales a dioses. Breve historia de la humanidad.


8/9/17

Los 111 títulos de la Biblioteca Clásica de la RAE

La Real Academia Española (y ya está, no es Real Academia Española de la Lengua, es solo Real Academia Española, aunque se ocupe de la lengua, esta no va incluida en el nombre de la institución) inició en 2011 un bello proyecto editorial en el que va a reunir el núcleo duro de la literatura clásica en español, desde la noche de los tiempos hasta el siglo XIX, tanto de España como de Hispanoamérica. 

Aquí os dejo los títulos y autores de la colección completa para que podáis usar este post a modo de lista y así motivaros para ensanchar vuestro conocimiento de los titanes clásicos de nuestro idioma. 
  1. Cantar de Mio Cid.
  2. Libro de Alexandre.
  3. Milagros de Nuestra Señora. Gonzalo de Berceo.
  4. Estoria de España. Alfonso el Sabio.
  5. El conde Lucanor. Don Juan Manuel.
  6. Libro de buen amor. Arcipreste de Hita.
  7. Romancero.
  8. Rimado de Palacio. Pedro López de Ayala.
  9. El Victorial. Gutierre Díaz de Games.
  10. Comedia de Ponza, sonetos, serranillas y otros poemas. Marqués de Santillana.
  11. Arcipreste de Talavera. Alfonso Martínez de Toledo.
  12. Laberinto de Fortuna y otros poemas. Juan de Mena.
  13. Poesía. Jorge Manrique. 
  14. Claros varones de Castilla, Letras. Fernando del Pulgar
  15. Cárcel de amor. Diego de San Pedro.
  16. Amadís de Gaula. Garci Rodríguez de Montalvo.
  17. Gramática sobre la lengua castellana. Antonio de Nebrija.
  18. La Celestina. Fernando de Rojas.
  19. Teatro. Juan de la Encina.
  20. Soldadesca, Tinellaria y otras obras. Bartolomé de Torres Naharro.
  21. Diálogo de Mercurio y Carón. Alfonso de Valdés.
  22. La lozana andaluza. Francisco Delicado.
  23. Teatro castellano. Gil Vicente.
  24. Obra poética y textos en prosa. Garcilaso de la Vega.
  25. Diálogo de la lengua. Juan de Valdés.
  26. Libro áureo de Marco Aurelio. Fray Antonio de Guevara.
  27. Sermón de amores y otras obras. Cristóbal de Castillejo.
  28. Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Fray Bartolomé de las Casas.
  29. Lazarillo de Tormes.
  30. Pasos. Lope de Rueda.
  31. El Crotalón. Cristóbal de Villalón.
  32. La Diana. Jorge de Montemayor.
  33. El Abencerraje.
  34. Introducción al símbolo de la fe. Fray Luis de Granada.
  35. Libro de la vida. Santa Teresa de Jesús.
  36. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Bernal Díaz del Castillo.
  37. La Araucana. Alonso de Ercilla.
  38. Poesía. Fray Luis de León.
  39. De los nombres de Cristo. Fray Luis de León.
  40. Cántico espiritual y poesías completas. San Juan de la Cruz.
  41. Algunas obras y otros poemas. Fernando de Herrera.
  42. Guzmán de Alfarache. Mateo Alemán.
  43. La Galatea. Miguel de Cervantes.
  44. Viaje del Parnaso y poesía completa. Miguel de Cervantes.
  45. Entremeses. Comedias y tragedias. Miguel de Cervantes.
  46. Novelas ejemplares. Miguel de Cervantes.
  47. Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes.
  48. Persiles y Segismunda. Miguel de Cervantes.
  49. Rimas humanas y otros versos. Lope de Vega.
  50. Peribáñez, Fueteovejuna. Lope de Vega.
  51. La dama boba, El perro del hortelano. Lope de Vega.
  52. El caballero de Olmedo. Lope de Vega.
  53. La Dorotea. Lope de Vega.
  54. Comentarios reales de los incas. Inca Garcilaso de la Vega.
  55. Epístola moral a Fabio y otros escritos. Andrés Fernández de Andrada.
  56. Las mocedades del Cid. Guillén de Castro.
  57. Polifemo, Soledades y otros poemas. Luis de Góngora.
  58. Un Heráclito cristiano, Canta sola a Lisí y otros versos. Francisco de Quevedo.
  59. La vida del Buscón. Francisco de Quevedo.
  60. Sueños y discursos. Francisco de Quevedo.
  61. El burlador de Sevilla. Tirso de Molina.
  62. El vergonzoso en palacio. Tirso de Molina.
  63. La verdad sospechosa. Juan Ruiz de Alarcón.
  64. Novelas amorosas y ejemplares. María de Zayas.
  65. La dama duende. Pedro Calderón de la Barca.
  66. La vida es sueño, El alcalde de Zalamea. Pedro Calderón de la Barca.
  67. El gran teatro del mundo. Pedro Calderón de la Barca.
  68. El diablo cojuelo. Luis Vélez de Guevara.
  69. Estebanillo González. Esteban González.
  70. Entremeses. Luis Quiñones de Benavente.
  71. Entre bobos anda el juego. Francisco de rojas Zorrilla.
  72. El desdén, con el desdén. Agustín Moreto.
  73. República literaria, Empresas políticas. Diego de Saavedra Fajardo.
  74. El Criticón. Baltasar Gracián.
  75. Primero sueño y otros poemas. Sor Juana Inés de la Cruz.
  76. Ensayos. Benito Jerónimo Feijoo.
  77. Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras. Diego de Torres Villarroel.
  78. Fray gerundio de Campazas. José Francisco de Isla.
  79. Sainetes. Ramón de la Cruz.
  80. Raquel. Vicente García de la Huerta.
  81. Cartas marruecas, Noches lúgubres. José de Cadalso.
  82. El delincuente honrado y otras obras. Gaspar Melchor de Jovellanos.
  83. Poesías. Juan Meléndez Valdés.
  84. La comedia nueva, El sí de las niñas. Leandro Fernández de Moratín.
  85. Lazarillo de ciegos caminantes. Concolorcorvo.
  86. Periquillo Sarmiento. Joaquín Fernández de Lizardi.
  87. Don Álvaro o la fuerza del sino. Duque de Rivas.
  88. Fígaro, Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres. Mariano José de Larra.
  89. Lírica, El estudiante de Salamanca. José de Espronceda. 
  90. El trovador. Antonio García Gutierrez.
  91. Don Juan Tenorio. José de Zorrilla.
  92. La gaviota. Ferrán Caballero.
  93. Facundo o Civilización y barbarie. Domingo Faustino Sarmiento.
  94. Memorias y otras páginas. Gertrudis Gómez de Avellaneda.
  95. Poesía selecta. Ramón de Campoamor.
  96. Rimas. Gustavo Adolfo Bécquer.
  97. Leyendas. Gustavo Adolfo Bécquer.
  98. María. Jorge Isaacs.
  99. En las orillas del Sar y otros poemas. Rosalía de Castro.
  100. El gran galeote. José de Echegaray.
  101. El sombrero de tres picos. Pedro A. de Alarcón.
  102. Tradiciones peruanas. Ricardo Palma.
  103. Pepita Jiménez. Juan Valera.
  104. Trafalgar, La corte de Carlos IV. Benito Pérez Galdós.
  105. Fortunata y Jacinta. Benito Pérez Galdós.
  106. Miau. Benito Pérez Galdós.
  107. Peñas arriba. José M. de Pereda.
  108. El cuarto poder. Armando Palacio Valdés.
  109. La Regenta. Leopoldo Alas, Clarín.
  110. Cuentos. Leopoldo Alas, Clarín.
  111. Los pazos de Ulloa. Emilia Pardo Bazán.


22/8/17

Los libros más recurrentes en las mejores listas de los mejores libros

Cualquiera que siga con atención este blog, si es que alguien lo hace, sabrá que el tema de las listas literarias es uno de los más habituales. Basta con echar un rápido vistazo al historial para encontrar entradas como Los libros más importantes del siglo XX, Los 50 mejores relatos de todos los tiempos o Las cinco mejores letras de Bob Dylan (nos guste o no, las letras de las canciones son literatura, da igual que se escriban para ser cantadas, pues el teatro también es literatura aunque se escriba para ser representado). Algunas las he traducido del inglés, como Las 100 mejores novelas de ciencia-ficción, pero muchas otras las he elaborado yo mismo, como Los diez mejores relatos de Charles Bukowski, 100 libros cortos para gente ocupada o, lo que me pareció la última y sublime vuelta de tuerca a este asunto: Las mejores listas de libros. 

Precisamente, basándome en esta última, se me ha ocurrido la que hoy os traigo. Tras una exhaustiva "investigación" en la que me he servido de potentes herramientas como el buscador de palabras de las carpetas de Windows, he preparado esta clasificación de libros en función del número de veces que aparecen en algunas de las listas de libros más importantes que conozco. Esto es como la Champions de los libros, o como la Continental Cup of Curling de los libros, si utilizásemos el curling en vez del fútbol como metáfora de la literatura (sí, joder, la cosa esa de ir barriendo el hielo que parece algún tipo de petanca para personas acomodadas).

Sin más, aquí tenéis la lista de los libros más recurrentes en las mejores listas de los mejores libros.


Seleccionados en ocho listas
  • 1984. George Orwell. 
  • Lolita. Vladimir Nabokov.

Seleccionados en siete listas
  • Ulises. James Joyce.
  • Cien años de soledad. Gabriel García Márquez.
  • En el camino. Jack Kerouac.
  • Las uvas de la ira. John Steinbeck.
  • El Gran Gatsby. F. Scott Fitzgerald.
  • El guardián entre el centeno. J. D. Salinger.

Seleccionados en seis listas
  • En busca del tiempo perdido. Marcel Proust.
  • Hijos de la media noche. Salman Rushdie.
  • El extranjero. Albert Camus.
  • Trampa 22: Joseph Heller.

Seleccionados en cinco listas
  • Un mundo feliz. Aldous Huxley.
  • Matar un ruiseñor. Harper Lee.
  • Al faro. Virginia Woolf.
  • El hombre invisible. Ralph Ellison.
  • Pasaje a la India. E. M. Forster.
  • Todo se desmorona. Chinua Achebe.
  • Ficciones. J. L. Borges. 
  • La montaña mágica. Thomas Mann.
  • La señora Dalloway. Virginia Woolf.
  • Lo que el viento se llevó. Margaret Mitchell.
  • La naranja mecánica. Anthony Burgess.
  • El cuaderno dorado. Doris Lessing.
  • El sueño eterno. Raymond Chandler.

Seleccionados en cuatro listas
  • Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes.
  • Crimen y castigo. Fiódor Dostoievski.
  • Moby Dick.  Herman Melville.
  • Las mil y una noches. Anónimo.
  • Madame Bovary. Gustave Flaubert.
  • Trópico de cáncer. Henry Miller.
  • Orgullo y prejuicio: Jane Austen.
  • Cumbres borrascosas. Emily Brontë.
  • Rojo y negro. Stendhal.
  • El proceso. Franz Kafka.
  • Pedro Páramo: Juan Rulfo. 
  • Los viajes de Gulliver.  Jonathan Swift.
  • Alguien voló sobre el nido del cuco. Ken Kesey.
  • El señor de las moscas. William Golding.
  • El nombre de la rosa. Umberto Eco.


Nota metodológica 

La vida no es justa y esta clasificación tampoco porque algunas listas son solo del siglo XX, otras son solo de lengua inglesa y blablablá. Así, por ejemplo, Don Quijote, que es considerada por mucha gente como la mejor novela de la historia, solo aparece en cuatro listas de nueve, pero es que del total, estaba vetada en cinco por no ser del siglo XX ni estar escrita en inglés. Es decir, aparece en las cuatro listas a las que optaba. Otros ejemplos de libros seleccionados en todas las listas posibles son Lolita, 1984, Ulises o Cien años de soledad


Segunda nota metodológica

Las listas utilizadas para esta investigación han sido:






1/6/17

Sobre aviso

Cristales acerados contra el cielo, acero puro en llamas, detergente de esperanza espantosa que busca la sinonimia de los cuerpos nacarados y, ¿qué tal te vendría pensar un poco más en aquello que no puedes desprestigiar? Yo creo que la verdad está por encima de las ciudades, está por encima de los tumultos, los tumultos no entienden de pesadillas, la pesada carga que retrocede ante la luna, la anulación, el desafuero, el desamparo, la lluvia, los trozos de alma… ¿Quieres que siga preguntando a los hombres desvalidos por el sentido de la locura? ¿Quieres que refuerce la piedad de las circunstancias? No siempre voy a estar ahí para decirte que las venas se cortan en paralelo a la miseria, el perfecto abismo no se abre para ti ni para mí a cambio de nada, nada es gratis, nada tiene precio, nada en ríos de sangre, vuela en mares de petróleo gangrenoso, revisa el horizonte vertical, atraca por la espalda a la naturaleza, ella no merece lo que estás pensando, déjame que lo adivine, es mejor que no te lo diga, quizá te de por mirar detrás de ti, si lo hicieras, en fin, si lo hicieras no podrías decir que no estabas sobre aviso.


14/4/17

Te estoy haciendo una pregunta

¿Sientes el cansancio en el interior del cerebro,
en el fondo de la vida,
lo sientes,
sientes la apatía,
el peso de tu cabeza,
tu cabeza retorcida por unos guantes de acero,
notas el tiempo triturando tu piel,
despellejando tu alma,
sientes pústulas en los ojos,
lo notas,
notas llagas verdes reventando en tus ilusiones,
te das cuenta,
entiendes,
comprendes el fuego,
la muerte,
los números,
comprendes las cicatrices en la esperanza,
notas la fatiga de tu espalda,
de tu médula espinal exprimida como zumo entre las vértebras,
sientes el desahogo de tus células al contacto con las sábanas limpias,
las escuchas suspirar de alivio,
has notado alguna vez en el albor de la mañana la extenuación de tus párpados,
el anquilosamiento del petróleo en tu corazón,
has percibido los gritos de angustia de tus glóbulos rojos exhaustos de transportar oxígeno por tus venas consumidas,
dime,
sabes de qué te hablo,
sabes respirar,
sabes mantenerte en pie contra la gravedad y contra las máquinas y las personas,
contra los espectros y las puñaladas,
sabes de qué te hablo,
me estás prestando atención?





7/4/17

Con o sin tu ayuda

Despierto sobresaltado, con una cierta sensación de agobio. En otro tiempo lo habría atribuido a una pesadilla, pero nosotros no soñamos. Es una de las cuestiones que la literatura de vampiros no supo vaticinar: que nuestra actividad cerebral se tornaría casi nula cuando estuviésemos dormidos. No conocemos el motivo exacto por el que esto sucede, pero se está investigando. El estudio de nuestra naturaleza se encuentra en una etapa muy temprana de su desarrollo y todavía contiene demasiados interrogantes.

Antes de saludar a Wendy, me dirijo a la cocina para beber una gran cantidad de sangre. Necesito hacerlo si quiero controlar mejor las espantosas ganas de morderla que me sobrevienen cada vez que la veo. El sabor de la sangre clonada que consumimos es bastante decente, pero la original, la auténtica y pesada sangre humana que fluye por el sistema circulatorio de un individuo joven y sano… todo el mundo sabe que no existe comparación posible. Con el estómago lleno, al borde del empacho, no es que las venas de Wendy dejen de atraerme, pero al menos consigo que mi lado humano recupere un poco de presencia en mis emociones, posibilitando que el cariño que siento por ella sobrepase con creces mis deseos de dejarla seca.

Si viviese en la ciudad, me habría resultado imposible mantener a Wendy a salvo de mis semejantes. Afortunadamente, dispongo de una casa grande y aislada. Durante el día ella puede salir a pasear por el campo y tomar el aire con cierta tranquilidad. Por las noches, que es cuando existe un riesgo real y palpable para su vida, baja al sótano y se introduce en mi propio ataúd una vez que yo lo he abandonado. Es un buen escondite. Por un lado, está completamente impregnado con mi olor, lo cual disimula el suyo, y, por otro, se considera una falta de respeto gravísima husmear en ataúdes ajenos. En cualquier caso, la puerta cuenta con cerraduras de seguridad. Las ventanas, lógicamente, se encuentran tapiadas.

Después de tomar mi desayuno coincido con ella unos minutos. A veces pasamos un buen rato charlando, pero hoy se la ve triste y reservada. Lo cierto es que lleva un tiempo mostrando un semblante melancólico. Imagino cómo debe sentirse. Es una chica fuerte y está llevando todo esto con mucha entereza; aun así, está claro que todos tenemos nuestros límites. Le digo que se meta pronto al ataúd y me marcho a trabajar.

Una sociedad de vampiros no deja de ser un palpitante entramado de necesidades de todo tipo. Aunque algunas sean diferentes, otras muchas son prácticamente iguales a las que se daban en la antigua civilización humana: viajamos, nos vestimos, utilizamos electrodomésticos y redes sociales, leemos, escuchamos música… Precisamos y disponemos de un sinfín de profesionales: jueces y fontaneros, camareros y cirujanos, analistas de sistemas y programadores, taxistas, arquitectos, agentes inmobiliarios… También necesitamos gente que haga desaparecer los residuos y la suciedad que producimos con nuestras actividades cotidianas. Y ahí es donde entro yo: trabajo limpiando una estación de autobuses.

A la entrada me cruzo con Eva, una mujer robusta y agradable que trabaja vendiendo billetes de largo recorrido. Aparenta tener diez o doce años más que yo, aunque hoy en día la edad es algo que no tiene demasiada relevancia, puesto que somos potencialmente inmortales y no envejecemos; simplemente conservamos el aspecto que teníamos el día de la transformación. Le pregunto por su marido y su hijo y me dice que están bien.

La jornada transcurre con normalidad. Me cruzo con miles de personas que van de aquí para allá, tomando autobuses o bajándose de ellos, enredados en sus pensamientos, malhumorados, optimistas, apenados. Gente que camina arrastrando los pies o que abraza a sus seres queridos. Gente sin miedo a la muerte. Personas conscientes de que tienen la eternidad ante sí, compleja, sobrecogedora e incomprensible. Mientras tanto, yo barro y friego los suelos, vacío papeleras, recojo periódicos arrugados, folletos publicitarios y boletos de lotería sin premiar.

Durante el descanso, me siento con mis compañeros a tomar un poco de sangre de la máquina en vasitos de papel. Su sabor es horrible, pero a veces se hace difícil abandonar las viejas costumbres. Algunos de los muchachos fuman cigarrillos mientras charlan desapasionadamente de esto y de aquello.

―Dicen que en algunas zonas del planeta hay granjas de seres humanos ―relata uno de ellos―. Su sangre es carísima y muy pocos se la pueden permitir. Los humanos no son como los cerdos, que tienen embarazos rápidos y camadas numerosas. Criar humanos cuesta un dineral.

―Mataría por beber sangre de verdad ―dice otro compañero―. Mataría por volver a los tiempos oscuros.

Los tiempos oscuros comenzaron el día en que, aproximadamente, un quinto de la población mundial se transformó. Todavía desconocemos la causa. Se barajan hipótesis dispares: desde una enfermedad espontánea hasta un ataque extraterrestre, pasando por un microorganismo gestado en las entrañas de algún laboratorio perteneciente a una organización terrorista, a un gobierno en la sombra, a una conspiración mesiánica. La cuestión es que, a pesar de ser minoría, en pocas semanas llevamos a los humanos prácticamente a la extinción. Un hombre adulto podía tener unos cinco litros de sangre en su interior mientras que nosotros necesitamos beber tres o cuatro litros cada día para sentirnos bien. La consiguiente escasez de humanos provocó que millones de los nuestros muriesen de inanición en los meses posteriores. Afortunadamente, unos cuantos tipos brillantes y visionarios tomaron conciencia del problema desde el principio y lo solucionaron con la producción masiva de sangre clonada, una línea de investigación que los seres humanos ya tenían muy avanzada, aunque para otros fines. Aquéllos fueron los llamados tiempos oscuros. A pesar de todo el caos y el sufrimiento, algunos los recuerdan con nostalgia, pues resultaba relativamente sencillo cruzarte con algún grupo de humanos supervivientes si te esforzabas un poco buscando.

Salgo del trabajo, cojo el coche y me dirijo a las afueras. Siempre lo hago. Aprovecho que quedan unas horas de oscuridad para recorrer pueblos abandonados en busca de comida para Wendy. Ella no debe ir por ahí conduciendo. Alguien podría verla, aunque lo hiciese de día. Por eso tengo que encargarme yo. Nosotros ya no fabricamos ningún tipo de alimento, salvo la sangre clonada. Yo voy guardando para ella todo lo que encuentro en las casas: latas de conserva, medicinas, suplementos alimenticios… Ella lo complementa recogiendo algunos frutos silvestres durante el día. Aun así, estoy empezando a inquietarme. Es evidente que llegará un momento en que este sistema no dé más de sí. Tenemos que pensar en alguna alternativa.

Llego a casa después de horas buscando provisiones y descubro que Wendy ha desaparecido. Quizá por eso me sentí angustiado al despertar. Hay quien dice que estamos desarrollando una especie de precognición a nivel emocional. Es otro interesante campo de estudio.

Wendy no se marcharía sin avisarme de algún modo. Busco inútilmente una nota mientras me voy quebrando por dentro. Las piernas me tiemblan. La atmósfera se torna densa e irreal. Me lanzo como un loco a registrar la casa. Ni rastro de ella. Ni la veo ni percibo su olor. Me dirijo al exterior convertido en una masa de nervios. El cielo se está aclarando. Al este, las cumbres de las montañas empiezan a refulgir. No me queda tiempo. La piel me arde. Los ojos me escuecen. Debo ocultarme. Muerto no podré hacer nada por ella. Corro hacia el sótano y me deslizo al interior de mi ataúd. Estaré atrapado durante unas catorce horas.

Por favor, Wendy, mantente a salvo.

Cuando por fin el reloj me avisa de que es completamente de noche, salgo del ataúd y me encuentro a Wendy en el suelo, apoyada en la pared de enfrente. Aterrorizado, me lanzo junto a ella. Está viva. Está consciente. La abrazo. Tiene los labios hinchados y amoratados. También una ceja partida de la que fluye un hilillo de sangre. Está sucia, tiene rota la camiseta. Lucho por ignorar sus deliciosas heridas. Me veo tentado a limpiarle la cara con un dedo y llevármelo a la boca. Consigo resistir, al menos de momento.

―¿Qué te ha pasado?

―Conocí a alguien.

―¿Un humano?

―Sí, un chico algo mayor que yo. Me dijo que había un refugio. Que estaba buscando supervivientes. Me dijo que era un lugar protegido por vampiros buenos. Por gente como tú.

Empieza a llorar. Se la ve completamente abatida. Siempre temí que esto pudiese ocurrir. Los humanos también tienen instintos. Wendy necesita compañía de los suyos. Necesita cosas que yo no podría darle. El deseo sexual no existe entre nosotros. Al transformarnos dejamos de producir testosterona, oxitocina y demás hormonas relacionadas con el sexo y el amor romántico. En su lugar empezamos a generar hormonas nuevas, como la endonalina, que se encarga de intensificar nuestro apetito por la sangre humana.

Si pudiera transformarla… Si eso fuera posible, todo se arreglaría. Creo que ella aceptaría encantada. Por desgracia es algo que no sobrepasa los límites de la ficción. Nuestra mordedura no transforma humanos. Sólo los mata.

―¿Dónde está?

―No hace falta. Yo misma le di su merecido.

―Lo encontraré con o sin tu ayuda.

Vacila un instante, pero acaba diciéndomelo.

―Creo que marchó hacia la zona boscosa que hay entre el arroyo y las colinas.

―Métete en el ataúd.

Atravieso la puerta y me detengo un momento para aspirar el aire nocturno. La luna brilla enorme en el cielo, acompañada por millones de estrellas temblorosas.

Prepárate, pequeño bastardo. Estoy hambriento y me has regalado la excusa perfecta para dejar de lado mis principios.


6/4/17

Orines y pescado podrido

Los padres de Víctor se habían marchado unos días al pueblo, así que aprovechamos para estar un rato en su casa antes de salir por ahí. Estuvimos escuchando música, bebiendo cervezas y metiéndonos cocaína. Yo tenía diecisiete años. Todos los veranos viajaba allí con mis padres, a Viejamar, una decadente ciudad costera en la que mis abuelos compraron un apartamento hace muchísimos años. Viajar allí era lo más económico, lo único que nos podíamos permitir. Yo tenía un par de amigos en aquel sitio. Uno era Víctor, el dueño de la casa y el otro se llamaba Aitor.

La brisa nocturna se colaba por el ventanal mientras escuchábamos el A noncling doll de los Hatchels y Aitor peinaba cocaína sobre la superficie de un pequeño espejo que cogimos del cuarto de baño.

―Mi hermano pequeño va a follar antes que vosotros ―dijo Aitor. Chupó el borde de su DNI y, con un tubito metálico, esnifó la raya más grande―. Creo que deberíais ir de putas.

―Pues yo creo que debería ir a ver a tu madre― dijo Víctor, y empezamos a reírnos.

Aquellos chicos vivían allí, habían nacido y se habían criado en Viejamar. Los conocía desde hacía años, desde pequeño, aunque ya no recuerdo exactamente de qué. Quizá de bajar a la playa o de la feria, ¿qué más da? Víctor era muy grande, parecía un toro con algo de sobrepeso; llevaba el pelo largo y un poco grasiento. Era buena gente, la típica persona que inspira confianza. Aitor, sin embargo, era un cabrón. Recuerdo que una vez salimos por ahí él y yo solos, sin Víctor, y yo acabé muy borracho; era incapaz de distinguir lo que se encontrase a más de medio metro de mis ojos. Él iba bien y empezó a aburrirse, así que me dijo que se marchaba a casa. Yo le pedí que se quedase un rato conmigo hasta que se me pasara un poco la borrachera. El cabrón dijo que no me veía tan mal y cuando me quise dar cuenta se había marchado; me había dejado tirado como trapo sucio. A la mañana siguiente desperté sobre las rocas, al lado del mar, con la cara y los brazos quemados por el sol. Alguien me había cortado un bolsillo con unas tijeras y me había robado la cartera.

―Esnifa, gordo yonki ―dijo Aitor, cediendo su sitio a Víctor.

―Yo nunca me follaría a una puta ―dijo Víctor. Esnifó uno de los tiros y me pasó el tubito de metal―. Prefiero morir virgen.

―¿En serio? Pues yo…― Hice una pausa y esnifé y sentí cómo la cocaína atravesaba mi cerebro hasta diluirse en mi alma, llenándome por completo de vitalidad y de locura―… joder, yo creo que esta va a ser mi noche.



La zona de bares de Viejamar siempre estaba llena de gente, sobre todo guiris. Un constante olor a orines y pescado podrido lo envolvía todo. Había muchísimas tías buenas con vestidos muy cortos y bronceados muy intensos.

Nosotros solíamos sentarnos en uno de los bancos de piedra que había en la plaza de la iglesia. Allí nos emborrachábamos con alcohol barato y mirábamos a la gente pasar. Después íbamos un rato a los discopubs a intentar conocer chicas, lo cual no sucedía casi nunca.

Aquella noche habíamos comprado una botella de whisky y otra de agua y bebíamos la mezcla en vasos papel. Ya no nos quedaba cocaína y tampoco teníamos dinero para comprar más. Eso nos deprimía un poco.

Yo me encontraba de pie frente a mis amigos, que fumaban cigarrillos sentados en el banco. Se me había cruzado un cable y les estaba dando una especie de verborreico mitin político. Ellos me miraban con cara de aburrimiento.

―¡… porque todo el mundo se queja, pero luego nadie va a partirse la cara con la policía!

Di un trago enorme de whisky con agua y me sequé la boca con el dorso de la mano. Los efectos de la cocaína se iban disipando, cediendo sitio a los del alcohol.

Alguien tocó mi hombro y al girarme vi una chica sonriente. Era bajita y morena y llevaba mucho maquillaje.

―¿Eres de Lobbia? ―me preguntó.

―No, soy de Dirdam ―respondí―. Mis amigos son de aquí, de Viejamar. Son perturbados autóctonos.

La chica y yo nos reímos.

―Creíamos que eras de Lobbia por las pintas que llevas― dijo. Alcé la vista por encima de su hombro y vi que en un banco cercano había un grupo de unas diez chicas mirando hacia nosotros.

―Simpatizo con las luchas sociales de Lobbia. En Dirdam somos todos unos mierdas. ―Señalé hacia nuestras botellas―. ¿Te gusta el whisky? Ya no nos queda mucho, pero hay suficiente para una ronda.

―La verdad es que no ―dijo arrugando la nariz―, pero tenemos un montón de bebida, por si os apetece venir con nosotras.

¿Quién podría haber dicho que no a algo así?



Estuvimos emborrachándonos con ellas durante dos horas, más o menos, y después fuimos todos a un discopub a bailar y a castigar nuestros oídos con pseudomúsica. Después de un rato en aquel antro, mis amigos y yo salimos a la calle a fumar un canuto de marihuana.

―Si hoy no follamos es que somos maricones ―dijo Aitor.

Del interior del discopub salió una de las chicas, la bajita que se había acercado a hablar con nosotros en la plaza de la iglesia.

―Oye ―me dijo―, ¿quién te gusta? Puedes enrollarte con la que te apetezca.

Al oír aquello casi se me sale el corazón por la boca.

―¿Puede ser contigo? ―le pregunté.

―No, yo tengo novio. Con cualquiera de las demás.

―Uhhhhmmm, pues con la rubita de las tetas enormes.

―Se llama María.

―Con María.

―Ahora vengo ―dijo la chica sonriéndome con complicidad.

―Eh, ¿y qué pasa con nosotros? ―preguntó Aitor.

―De vosotros no me han dicho nada, lo siento ―respondió antes de marcharse hacia el interior del discopub.

―¡Putas zorras calientapollas! ―dijo Aitor.

Me dio pena por Víctor. Ojalá alguna hubiese estado interesada en él. Se lo merecía. Respecto al Aitor, me alegró que se quedase a dos velas con la envidia carcomiéndole las entrañas.

A los pocos minutos la chica bajita apareció con María cogida de la mano. La colocó a mi lado como si fuera una niña pequeña que necesitase supervisión adulta para actuar.

―Bueno, os dejamos solos. Portaos bien ―dijo la chica mientras se llevaba a mis amigos. Víctor me sonrió y me guiñó un ojo antes de desaparecer tras la puerta del discopub.

María y yo estuvimos un rato allí de pie sin decir nada. Le ofrecí el porro, pero dijo que no. Yo estaba mareado. En el discopub había estado bebiendo de las copas de todas las chicas y cada una tomaba algo diferente. Me costaba mucho esfuerzo mantener la cabeza erguida.

―¿Vamos a un sitio más tranquilo? ―preguntó María.

―Sí ―respondí.



Caminamos en dirección al paseo marítimo, alejándonos del ruido y de la gente. Nos sentamos en un solitario banco en medio de las rocas. Era una noche sin luna y no se veía la línea del horizonte, tan sólo una oscuridad profunda y sobrecogedora.

Estuvimos hablando un rato. Yo cada vez me sentía peor y apenas podía levantar la vista del suelo. Me dijo que su hermano había muerto unos meses antes y que ella había estado de psiquiatras después de un intento de suicidio. «Pobre chica», pensé.

Yo no sabía qué decir, así que la besé. Sujeté su cara con las manos. Era increíblemente suave. Empecé a besarle el cuello y los hombros. Ella cogió mi mano derecha y se la llevó a las tetas. Me pareció que debían de ser las mejores tetas de la historia. Metí la mano por debajo de su camiseta y el tacto del sujetador me hizo estremecer. La cabeza me daba vueltas y empecé a sentirme bastante mal. Aguanté unos segundos más, pero me sobrevino una arcada y tuve que apartarme para no vomitarle encima.

―Dios, no. Joder. Dios mío―balbuceaba yo entre bocanada y bocanada de vómito. Todo empezó a oler a alcohol rancio.

―Tranquilo, hombre ―me dijo María acariciándome la espalda.

―¿Tienes un pañuelo?

―No.

Me limpié la boca y las lágrimas con la camiseta y me recosté en el banco.

―¿Estás bien? ―me preguntó.

―Sí ―respondí.

Entonces vomité un poco más.

―Vamos, te acompaño a casa ―dijo María.

―Lo siento. He bebido mucho.

―Ya veo.

De camino a casa, María me invitó a un cigarrillo y me cogió de la mano. Era una autentica preciosidad. Quiso darme un beso de despedida, pero me aparté. Le dije que me daba vergüenza, que mi boca debía apestar. Me besó en la mejilla y me dio las buenas noches.



A la mañana siguiente desperté sobresaltado. Cogí el móvil y llamé a María como si se fuese a acabar el mundo. Me moría por verla. Estaba hecho polvo por la resaca, pero jamás había experimentado tal grado de felicidad. Sentía que la noche anterior había empezado a vivir, que todos mis días precedentes no habían sido más que una maldita farsa, un trámite burocrático para llegar al momento en que María se cruzase en mi camino.

Lo malo fue que no hubo respuesta. Ni a aquella llamada ni a ninguna de las demás. Por la noche me llegó un mensaje de texto que decía:

Lo siento, no he superado lo de mi hermano y no tengo ganas de estar con nadie, sólo con mis amigas. Cuídate.

Fui a la cocina y cogí una cerveza. Estaba completamente destrozado. Salí a la terraza, di un buen trago y encendí un cigarrillo. Entonces apareció mi padre y dijo:

―¡Qué coño haces fumando!



31/3/17

La sangre de cinco mil corazones rotos

A veces la soledad se me pega
como un amigo insoportable
y salgo al infierno para contemplar
las alambradas de espino,
el decadente deambular de las multitudes
y el vuelo invisible de los pájaros enjaulados.

La angustia existencial me grita al oído,
me escupe palabras tenebrosas
como el crujir de una rama
en mitad del cementerio,
me machaca con un discurso
vacío y altisonante,
pesimista y evidente,
aburrido y aterrador.

Entonces vuelvo a casa
y escribo poemas con la sangre
de cinco mil corazones rotos,
poemas que no servirán para nada,
que no harán palpitar tu pecho,
que no valdrán ni la gota de sudor
que surca mi frente.


29/3/17

Iliya y Andrei

Alguien de la agencia llamó a Ruth para que fuese a cuidar de unos niños aquella misma tarde. Se dirigió al lugar que le habían indicado y llamó al timbre de una bonita casa de dos plantas. Una señora extranjera algo acalorada abrió la puerta.

―Buenas tardes, cariño. Mucha prisa. Niños, arriba. Iliya y Andrei. Muy buenos. Vuelvo nueve y media. Coges lo que quieras de cocina.

La señora entregó a Ruth una copia de las llaves y un papel con su número de teléfono y se marchó. Ruth subió al segundo piso y buscó la habitación de los niños. Era un cuarto amplio, con una cama, una cuna y muchos juguetes.

―Hola, pequeños ―dijo―. Yo me llamo Ruth. Tú debes ser Iliya y este bebé tan guapo debe ser Andrei.

―Eso no es del todo cierto. Él sí que es Andrei, pero yo no soy Iliya. Yo soy un organismo cibernético de otro planeta. Tengo este aspecto de niña humana para no llamar la atención. Estoy aquí con el objetivo de robar niños para mis amos. Se divierten con ellos. Voy a ahorrarte el trauma de saber lo que les hacen exactamente para divertirse.

«Qué niña más loca» pensó Ruth.

―Al otro niño, el mayor, el llamado Iliya, me lo he llevado hace unos minutos, en cuanto la madre bajó las escaleras. Ahora estoy esperando a que me den la autorización para llevarme a éste a través del micro-agujero de gusano que conecta la habitación con la nave.

Ruth sonrió y dijo:

―Pequeña Iliya, tengo que ir un momentito al baño. Cuando vuelva, jugaremos a los marcianitos o a lo que tú quieras.

Cuando Ruth volvió del servicio no había nadie en la habitación. Miró bajo la cama y dentro del armario.

―Iliya, sal un momento, por favor.

Se puso a buscar por todas partes. Registró cada rincón de los baños, la cocina, el salón, las habitaciones, el desván, el sótano, el garaje…

―¡Iliya, esto no tiene gracia! ¡Voy a decírselo a tu madre! ¡Te castigará durante un mes entero!

Después de media hora, Ruth se sintió mareada. Le empezaron a temblar los labios y las manos. Presa del pánico, decidió llamar a la madre.

―Oiga, tengo un problema. No encuentro a los niños.

―¿Cómo no encuentras?

―Verá, la niña quería jugar a un juego extraño y yo…

―¿Qué niña? ¿Qué hablas?

―La niña... su hija Iliya.

―¡Yo no tengo niña, tengo dos niños! ¡Iliya es mi niño!

―¿Cómo dice?

―¡Yo llamo policía!

Ruth dejó caer el teléfono sobre el entarimado. Sintió que le faltaba el aire y se acercó a la ventana. Entonces observó un extraño destello anaranjado en el cielo y se preguntó cuántos años de su vida se iba a pasar en la cárcel.


27/3/17

No molestar

Dejadme ver más allá del tiempo y el dolor.

Dejadme sentir las lágrimas de la derrota
y la frustración de la pérdida.

Dejadme dormir.

Dejad que me refugie en la inconsciencia.

Dejad que me proteja de la vida y de los sueños,
de la mentira,
de las ganas de seguir adelante.

Dejadme en paz.

Guardaos vuestras palabras de ánimo
y vuestras frases motivadoras.

Guardad para vosotros todo ese montón de nada
si es que creéis que sirve para algo.

Dejadme.

No importunéis mi descanso.

No os creáis con derecho a quebrantar mi aislamiento.

Dejadme en paz.

No molestéis.


12/2/17

Lo mejor que he visto y leído en 2016


Por cuarta vez consecutiva estoy aquí haciendo una lista con lo mejor que he visto y leído a lo largo del año. Debo decir que este ha sido el periodo menos productivo desde que me dio la tontería de anotar las pelis que veo y los libros que leo. Quizá haya sido por dedicarle más tiempo a la universidad o porque simplemente me ha dado más pereza, pero la cosa es que han caído 49 pelis y 30 libros, cuando, por ejemplo, en 2013 fueron 133 y 60.

No me enrollo más. Aquí van las diez mejores obras de cada tipo:

Libros:



Películas: